No voy a mentir, a veces peco de orgulloso. Pero no hay nadie que se anime a reclamarme, así que no veo por qué debería corregirme. También, ya que estamos, podría admitir que soy avaro; me parece una exageración igual: si alguien estuviera en mis lugares, ¿querría acaso compartir lo que tiene? Yo personalmente me considero un coleccionista, aunque técnicamente no puedo poseer ninguna de las cosas que digo tener. No es como que tenga una casa en donde disponerlas en vitrinas pulidas y con alarmas… A veces envidio a los museos, en ese sentido. Sería ridículo decir que odio a los humanos. Después de todo, no soy únicamente coleccionista de cataratas y bosques, de volcanes y terremotos, sino también de caricias, primeros besos, nacimientos, risas, llantos y muertes. Pero debo admitir que sus edificios, sus paredes, sus construcciones subterráneas y sus ventanas cerradas me amargan la vida. ¿Cómo se supone que debo vivir eternamente amargado? No soy un santo, a quienes vi nacer, ...
La mire largamente, como analizándola. Podía escuchar el segundero del viejo reloj moverse al compás del tiempo. No reparé en cuánto había estado allí sentado, o cuánto tiempo la estuve mirando. Aparté la vista un poco apenado. No quería ser insistente, pero la intriga me obligaba a preguntarme ¿Cómo podía ella, tan apacible y silenciosa, tan escasa de habla, resultar ser la compañía perfecta en mis noches solitarias? Una mesa nos separa, los cafés servidos y a media taza. Respiro tranquilo. Empezamos como siempre. Yo hablando de todo, ella sin decir palabra. Le conté de mi trabajo, evitando sonar fastidiado. Le conté de mis amigos, por así decirles. Hable por hablar, de sueños frustrados, de relaciones estancadas. Lo hice en orden cronológico. Fue plasmar mi vida en un relato, pero con comentarios a pie de página. Ella no dijo nada, solo asentía cuando me callaba. No daba consejos, ni reproches, ni opiniones. Solo escuchaba. Ella no resaltaba, o hacia algo para hacerlo. Era ...